lunes, 24 de octubre de 2011

DESARROLLO TECNOLÓGICO Y ORÍGENES DEL EMPRESARIO AGRÍCOLA


        Una vez establecida la estructura social capitalista de terratenientes, arrendatarios y trabajadores asalariados; los primeros aseguraron para sí una jugosa tenencia de la tierra. Los segundos o los "nuevos" capitalistas agrícolas (a los que luego se les unirían los primeros) se encargaron de introducir innovaciones tecnológicas que hicieran más productivo su "negocio", siguiendo así las pautas que caracterizaron la inauguración de la modernidad[3]. Los últimos, los asalariados, se han mantenido desde entonces en esa misma posición, aunque cada vez más se agudice su crítica situación, independientemente de los ciclos económicos de auge y depresión. En este escenario, los encontrados intereses de los nuevos capitalistas agrícolas, como sucedió en el ámbito industrial, los hizo adictos a un desarrollo tecnológico constante que les diera ventajas sobre el resto de sus competidores. En un principio, la tecnología se la apropiaban tales capitalistas o aquellos que podían perfilarse como tales, pero luego, ya más consolidado el negocio agrícola y con la apertura de mercados internacionales, los capitalistas agrícolas comenzaron a pagar por un particular desarrollo de la misma, plasmando en ésta sus intereses, contradicciones y correlaciones de poder. De ahí que la historia del desarrollo de la tecnología agrícola esté íntimamente entrelazada con la de la clase capitalista.
        Aunque es cierto que el desarrollo tecnológico agrícola no es particular al capitalismo (como se puede identificar en las invaluables prácticas "precapitalistas" todavía existentes en las comunidades campesinas e indígenas de Latinoamérica y otras partes del mundo), sí lo es la lógica que lo impulsa, su forma y ritmo. Como se puede leer en el texto de Fussell, La Revolución Agrícola de 1600 a 1850, el concepto de revolucióntecnológica en la práctica agrícola, "…ha llegado a ser aceptado como descripción de un prolongado periodo de la historia moderna"[4] Ese periodo, como parte de la propia historia del sistema capitalista de producción, se inaugura con un proceso lento de reconfiguración de las técnicas de producción agrícola tradicionales. Luego pasa aceleradamente a unas y otras cada vez más funcionales y totalizadoras. De hecho, indica Fussell, el ritmo de mejoras de 1600 a 1850 fue al menos cinco veces más lento que el conseguido durante la primera mitad del siglo XX[5].
        Inicialmente se pasó de la producción a campo abierto a campos cercados, se mejoraron los útiles de labranza, y se introdujeron nuevos cultivos para volver más productiva la tierra (caso de la alfalfa, del trébol, nabos, etcétera). El nuevo esquema de producción formalmente subsumido se centró en las forrajeras y las raíces. Éstas, escribe Fussell, "…fueron el pivote alrededor del cual giró la Revolución Agraria. Cuanto mayor y más seguro el suministro de las mismas, mayor también la cantidad de ganado que cabía mantener, y estos animales producían a su vez unos abonos más abundantes y mejores que permitían fertilizar satisfactoriamente la tierra arable…Además, el cultivo de raíces y hierbas alternativamente con cereales, en una rotación de cuatro etapas o alguna modificación de la misma, incrementó el total de las áreas cultivables; y una labor de arado y cultivo más profunda (azadonado y escarbado) entre las hileras de raíces se combinó con las reacciones químicas de las plantas leguminosas para conferir una mayor productividad al suelo."[6] Tal esquema productivamente exitoso, como puntualiza Fussell, solamente se consolidó hasta que los nuevos capitalistas agrícolas la impulsaron, "…alcanzando su auge en el periodo del high farming, entre 1840 y 1880"[7].
        Una vez consolidado ese requerimiento formal que estableció una lógica peculiar a la producción, el medio agrario estaba en condiciones para ser reconfigurado en su esencia: desde la innovación tecnológica. La meta entonces era el productivismo por el productivismo; o en otras palabras, comenzaba la subsunción real de la producción agrícola. Así, aparece el arado con vertedera y reja de hierro (en 1785 y 1803 se otorgaron las respectivas patentes a Robert Ransome, fundador de la Ransomes Company[8] , ahora fusionada, una parte a Electrolux -Suecia-, y otra parte con Textron Inc. de EUA). Igualmente surge la sembradora de Jethro Tull (abogado formado en Oxford y próspero granjero que promovió el sistema Norfolk[9] ); la cosechadora de Bell (1820-1830) o de McCormick (1834); los primeros conceptos básicos para un vehículo de tracción basado en la máquina de vapor que llevarían al uso extendido de su uso en tractores y que más tarde (1889) serían reconvertidos con la introducción del motor de combustión interna (caso del primer tractor a gasolina L. F. Burger, que operaba una trilladora); etcétera.
        La modernización formal y real del agro en Gran Bretaña, como se puede leer en Fussell, fue: "…continua, y tal vez intensificada, bajo el estímulo de las guerras y frenada hasta cierto punto por depresiones de posguerra; sin embargo, la revolución conoció la expansión hasta la aparición de competencias ultramarinas en materia de alimentos…en las décadas de 1870 y 1880."[10] Los principales elementos de la Revolución Agrícola en ese país, sintetiza Fusell, "…fueron la introducción de nuevos cultivos forrajeros en terreno arable y en una rotación cuádruple en los campos cercados que habían sustituido las grandes extensiones de los campos abiertos…Se prepararon prados irrigados, se construyeron nuevas máquinas -sembradora, trilladora, aventadora, desbrozadora, así como arados perfeccionados, giratorios y de ruedas, para uno o dos surcos y con doble reja- y se proyectaron diferentes tipos de azada, de grada, de escarificador y de cultivador."[11]
        Sin embargo, en términos sociales, ¿Cuál fue el resultado de tal proeza tecnológica? Fusell puntualiza que, "…a finales del siglo XVIII, la triple organización de la población rural en terratenientes, arrendatarios y trabajadores se había convertido, en general, en la condición normal de la sociedad rural."[12] Nótese, que se trata de la configuración agraria que Marx da cuenta en torno a su discusión sobre la constitución original de la tenencia de la tierra moderna en la que señala que los verdaderos agricultores son asalariados, ocupados por un arrendatario-capitalista, el cual paga al terrateniente (propietario de la tierra que robo[13] y que explota en fechas determinadas) una cantidad de dinero fijada por contrato. La renta de la tierra, indica Marx, presupone la propiedad de determinados individuos sobre determinadas porciones del planeta, en donde la renta es la forma en la cual se realiza económicamente la propiedad privada de la tierra, la forma en la cual se valoriza[14].
        Corroborando esta línea de análisis, Fusell suscribe que, "…la Revolución Agrícola produjo una cantidad de alimentos mucho mayor, pero también era mayor el número de quienes los consumían, en gran cantidad personas que trabajaban en las industrias. Sin embargo, para la gran mayoría de la población los nuevos procesos y los nuevos suministros nada hicieron, pues los pobres siguieron sumidos en la mayor pobreza a pesar de la reconfortante creencia en una elevación general del nivel de vida. Para los grandes terratenientes y hacendados que adoptaron el sistema moderno hubo, en cambio, sustanciosos beneficios.[15];
        Así, para garantizar la propiedad privada sobre esos beneficios, fue necesario que paralelamente se consolidase un sistema de patentes efectivo y funcional. Cardwell escribe respecto a la temática que, "…en el siglo XVII los centros más activos de la innovación tecnológica se encontraban en Europa occidental…Las patentes en Inglaterra del siglo XVI eran en su mayoría monopolios, [pero]…la Ley de Monopolios de 1964 acabó con muchos de los abusos más flagrantes del sistema, al tiempo que preservaba la práctica de conceder al inventor…cartas de patente para salvaguardar el monopolio…inicialmente por veintiún años. La ley no eliminó todos los abusos…pero las leyes fueron aquilatándose y mejorando progresivamente a lo largo de los siglos siguientes. Tras el Acta de Unión se extendieron a Escocia en 1707; y en 1790, la naciente república de los Estados Unidos de América instituyó sus propias leyes de patentes inspirado en la Ley de Monopolios inglesa"[16]. Las innovaciones de la Revolución Agrícola -con sus respectivas patentes-, añade el autor, "…abrieron el camino que había de conducir al gran desarrollo de la producción alimentaría en tierras que, como las de América y Australia, no quedarían totalmente exploradas hasta el siglo XIX"[17].

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